miércoles, 18 de mayo de 2011

Una hermosa noche en el IFT

Sé que vengo flojo con las publicaciones, cosa que intentaré mejorar... Pero por ahora sólo puedo dejarles esta grabación de la retirada que hicimos el sábado en el IFT, previo a la actuación de los gurises de La Trasnochada. Espero que les gusto.
¡¡Nos seguimos leyendo!!


jueves, 12 de mayo de 2011

Día del nieto

Pensar en ponerle una razón a un día en particular, a pesar de lo que podamos criticarle, una forma de reconocer ciertas cosas. En el caso particular, hoy es el día del nieto, me hizo pensar en mi abuela. Por eso aprovecho para mandarles un fuerte abrazo/beso a todos los abuelos y abuelas, dejándoles como ofrenda (si se puede llamar así) un cuento que escribí en razón de ellos. Espero que les guste. Les dejo un abrazo y nos seguimos leyendo!!

La vida color febrero

Los imponentes edificios sumergieron más al asfalto del barrio. Las construcciones bajas fueron perdiendo terreno, con los consecuentes cambios en la vieja barriada. La foto ya no es la misma. “El cielo nos queda cada vez más lejos” me dijo un vecino mientras tomábamos mate en el patio de casa. Estaba en lo cierto el viejo Miguel.
Me acuerdo de la tarde en que llegamos con Lucía a Buenos Aires. Nos recibió con una tenue llovizna otoñal, un poco de frío y un reconfortante abrazo. Chica nos esperaba con su marido Samuel para llevarnos a su hogar. Salimos de Retiro y nos fuimos caminando hasta la parada del tranvía.
Cuando llegamos le pude contar, entre muchas risas y alguna que otra lágrima, las razones por las cuales decidí venir a la Capital. Sí, claro que me entendió. Fue una de las pocas incondicionales en mi vida. Por eso me ayudó mucho en esa época con tu madre y con mi búsqueda de trabajo. Ya desde chicas éramos muy unidas: juntas en la escuela, en los bailes y, por sobre todo, en los momentos en que hacía falta. Ella se había venido unos años antes por el ascenso que había conseguido Samuel en el Banco. Imaginate: muchos cambios en una jovencita como ella. Ya no era la chiquilina que organizaba conmigo las barricadas del barrio. En esos carnavales, llamábamos barricadas a la zona que llegaba hasta los banderines y guirnaldas que cruzaban las calles de techo a techo. Desde lo alto de las construcciones nos atrincherábamos a la espera de los transeúntes incautos. Nadie escapaba a nuestros baldes y cacerolas colmadas de agua. No se salvaba ni el contador González, aquel que llegó a la Intendencia muchos años después. Creo que sólo pasaban indemnes las embarazadas y pará de contar.
Unos dos meses tardé en encontrar trabajo fijo. No era lo mejor del mundo, pero era digno. Trabajaba en la casa de fotos de Don Mauricio, donde al final estuve como veinte años. Empecé como corregidora de fotos y terminé como encargada del local cuando falleció. Para ese entonces el sueldo significó nuestra independencia. Nos mudamos con Lucía a unas cuadras de lo de Chica. Fue en esa casa donde tu mamá se conectó por primera vez con el carnaval. A ella le gustaba mucho ir a los bailes en los clubes, correr entre los vecinos y escuchar a las distintas orquestas que tocaban. Una niña entusiasta que buscaba su lugar en ese mundo.
La primera carta que me escribió mi hermano tardó en llegar a la nueva casa. Se había propuesto retomar sus estudios secundarios y, una vez finalizados, nos habría de invitar formalmente a pasar unas vacaciones en Corrientes para festejar juntos. La idea nos entusiasmó mucho y viajamos para allá a fines de enero del año sesenta y uno. Mis vacaciones fueron cortas, pero ella con sus diecisiete años se quedó todo febrero porque había estudiado lo suficiente como para no tener que regresar. Siempre se destacó, al punto de llegar a ser la escota de la bandera.
Allá se hizo muy amiga de una vecina que estaba metida en el armado de una comparsa, la que sería desde entonces su comparsa. La invitó a participar en el armado de los trajes y esas cuestiones que dejan en vilo a más de uno. Finalmente, y como me lo venía venir, el director logró convencerla y desfiló para Ará Berá ese mismo año. Incluso creo que todavía tengo alguna foto.
Dos años más estuvo participando desde Buenos Aires, averiguando precios de telas, buscando información o contactando gente para el grupo y viajando para los carnavales. Después se puso a trabajar, se casó y dejó a un lado el Carnaval... ¡Con lo que le gustaba a tu madre!
La sonrisa triste de la señora quedó iluminada por la luz que repentinamente entró en el cuarto. El niño en sus brazos ya estaba dormido y su charla se había transformado en monólogo. El silencio fue quebrado por una voz aguda que susurró al verla:
- Abuela, vamos. Dejalo a Manu en su cuna que te tenés que cambiar.
En ese instante se puso a rodar de nuevo el tiempo. Se levantó y dejó a su nieto acostado en el catre que había junto a la cómoda. Al pie de la cama estaba su levita. Tomó sus penas y la esperanza escondidas debajo de las lentejuelas para salir a buscar esa delgada línea que se forma entre las calles y el cielo, en las noches de carnaval.Los imponentes edificios sumergieron más al asfalto del barrio. Las construcciones bajas fueron perdiendo terreno, con los consecuentes cambios en la vieja barriada. La foto ya no es la misma. “El cielo nos queda cada vez más lejos” me dijo un vecino mientras tomábamos mate en el patio de casa. Estaba en lo cierto el viejo Miguel.
Me acuerdo de la tarde en que llegamos con Lucía a Buenos Aires. Nos recibió con una tenue llovizna otoñal, un poco de frío y un reconfortante abrazo. Chica nos esperaba con su marido Samuel para llevarnos a su hogar. Salimos de Retiro y nos fuimos caminando hasta la parada del tranvía.
Cuando llegamos le pude contar, entre muchas risas y alguna que otra lágrima, las razones por las cuales decidí venir a la Capital. Sí, claro que me entendió. Fue una de las pocas incondicionales en mi vida. Por eso me ayudó mucho en esa época con tu madre y con mi búsqueda de trabajo. Ya desde chicas éramos muy unidas: juntas en la escuela, en los bailes y, por sobre todo, en los momentos en que hacía falta. Ella se había venido unos años antes por el ascenso que había conseguido Samuel en el Banco. Imaginate: muchos cambios en una jovencita como ella. Ya no era la chiquilina que organizaba conmigo las barricadas del barrio. En esos carnavales, llamábamos barricadas a la zona que llegaba hasta los banderines y guirnaldas que cruzaban las calles de techo a techo. Desde lo alto de las construcciones nos atrincherábamos a la espera de los transeúntes incautos. Nadie escapaba a nuestros baldes y cacerolas colmadas de agua. No se salvaba ni el contador González, aquel que llegó a la Intendencia muchos años después. Creo que sólo pasaban indemnes las embarazadas y pará de contar.
Unos dos meses tardé en encontrar trabajo fijo. No era lo mejor del mundo, pero era digno. Trabajaba en la casa de fotos de Don Mauricio, donde al final estuve como veinte años. Empecé como corregidora de fotos y terminé como encargada del local cuando falleció. Para ese entonces el sueldo significó nuestra independencia. Nos mudamos con Lucía a unas cuadras de lo de Chica. Fue en esa casa donde tu mamá se conectó por primera vez con el carnaval. A ella le gustaba mucho ir a los bailes en los clubes, correr entre los vecinos y escuchar a las distintas orquestas que tocaban. Una niña entusiasta que buscaba su lugar en ese mundo.
La primera carta que me escribió mi hermano tardó en llegar a la nueva casa. Se había propuesto retomar sus estudios secundarios y, una vez finalizados, nos habría de invitar formalmente a pasar unas vacaciones en Corrientes para festejar juntos. La idea nos entusiasmó mucho y viajamos para allá a fines de enero del año sesenta y uno. Mis vacaciones fueron cortas, pero ella con sus diecisiete años se quedó todo febrero porque había estudiado lo suficiente como para no tener que regresar. Siempre se destacó, al punto de llegar a ser la escota de la bandera.
Allá se hizo muy amiga de una vecina que estaba metida en el armado de una comparsa, la que sería desde entonces su comparsa. La invitó a participar en el armado de los trajes y esas cuestiones que dejan en vilo a más de uno. Finalmente, y como me lo venía venir, el director logró convencerla y desfiló para Ará Berá ese mismo año. Incluso creo que todavía tengo alguna foto.
Dos años más estuvo participando desde Buenos Aires, averiguando precios de telas, buscando información o contactando gente para el grupo y viajando para los carnavales. Después se puso a trabajar, se casó y dejó a un lado el Carnaval... ¡Con lo que le gustaba a tu madre!
La sonrisa triste de la señora quedó iluminada por la luz que repentinamente entró en el cuarto. El niño en sus brazos ya estaba dormido y su charla se había transformado en monólogo. El silencio fue quebrado por una voz aguda que susurró al verla:
- Abuela, vamos. Dejalo a Manu en su cuna que te tenés que cambiar.
En ese instante se puso a rodar de nuevo el tiempo. Se levantó y dejó a su nieto acostado en el catre que había junto a la cómoda. Al pie de la cama estaba su levita. Tomó sus penas y la esperanza escondidas debajo de las lentejuelas para salir a buscar esa delgada línea que se forma entre las calles y el cielo, en las noches de carnaval.
AMT

lunes, 9 de mayo de 2011

Sábado 14 de mayo junto a La Trasnochada en el IFT



Los esperamos a todos!!!